martes, 28 de agosto de 2012

Sábado 25 agosto 2012 10:07pm / Día veinte. Luang Prabang, Laos. Tengo tanto que narrar. Tantos gestos, tantos instantes, tantos miedos y emociones. Tengo, tengo cansancio. Tanto sueño. A Laos quiero llevarlo conmigo a México, para poder compartirlo, para que la gente vea lo que veo. Aprender de ellos y compartir lo que nos sobra. Lo que me sobra a mí. Contarles del viaje en el autobús de la muerte y del miedo real. Del miedo autentico, honesto. Del miedo del fin. De la emoción de volver a dejar ir poco a poquito. Las montañas rocosas del río de Laos y las arañas gigantes. Sobre “Houm” y sus masajes. Tui y su ingles positivista con mirada picara. Los templos idénticos e interminables. Thich que me hace falta. Las noches que terminan temprano. Las dudas entre el turismo o los bares vacíos. La gente intensa. La delgada línea entre decir lo que se cree e invadir. El riesgo de ponerse por encima de una cultura que te recibe con los brazos abiertos. Sobre las ganas de una buena noche. El desear poder ver el aguas en lugar de sentir las olas. El miedo de ver como nada es nuestro y todo se dejará ir en cualquier momento. El arroz pegajoso y la comida en hojas de plátano. Sobre quien cuida el hotel durmiendo a mis pies en un colchón en el lobby. El paseo de mañana con los elefantes y el de ayer en moto, medio feliz, medio aterrada. Los monjes naranjas que recorren las calles en la madrugada pidiendo un poco de arroz. Tengo sueño. Tengo sueño. Y estoy viva. Que delicia estar tan viva.

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