sábado, 10 de noviembre de 2012

Bali. Berbahagia


11 Nov 2012 Canggu, Pantai Berawa. Regresando de Batur. No puedo creer que sea 11…

Regreso hace menos de 10 minutos del volcán y lago Batur. Mareada, con unas inmensas ganas de mear, hambre y el cuerpo mojado como el agua que desee todo el camino. Después de 3horas sin alto de carretera. Después de tres horas de contarles en mi cabeza sobre este lugar, sobre mi alegría y el verde. Regreso a abrir la computadora para escribir. Muevo los dedos vertiginosamente porque temo olvidar, pero más que nada, porque temo que no entiendan. Aun así mis dedos no huelen a campo ni están teñidos de violeta como el atardecer. Llevo días, meses (no puedo creer que sea 11)… pensando en como comunicarles Bali. Videos, fotos, narrativas, llamadas. No lo se. No lo se y me duele saber que ustedes tampoco lo sabrán. Pero desde aquí, desde mi terraza escribo lo que puedo. Lo que se como poner en palabras. Hasta el sudor que recorre mi espalda desnuda y nuestro perro adoptado que duerme a mis pies. Mi casa pueden imaginarla como quieran que igual es bella. Cuando la vayan irguiendo en su mente pónganle paredes blancas y ventanas negras de madera. Un pequeño templo afuera que ahora esta derrumbado. Un templo caído como irresponsabilidad máxima de “los polacos”. Esos cuatro amigos risueños y apestosos que albergamos en la casa una semana. Un templo que ahora llama a ceremonias y ofrendas diarias. Mi casa está siempre abierta. Los ventiladores zumban como los mosquitos de noche antes de que se los coman los geckos y “guenda” el gigante animal-misterio que vive en nuestro techo y por las noches hace pensar en fantasmas y dioses . Hace calor. Panas sekali. Un calor que nos obliga a pegarnos a las sillas y a cualquier objeto sobre el cual recarguemos o posemos nuestro cuerpo. Un calor ser que te posee por completo, inutilizándote, enamorándote y probablemente no me deje olvidarlo jamás. Tomo café… sin colar. Un café negro y amargo que te pasa por la garganta como arena fina. Comeré nasi campur (arroz mixto)… Un bufete de sabores de los cuales eliges lo que quieras (hoy incluye tempe, coco frito, arroza blanco, fruta hervida, verdura con chile y tofu) y lo llevas a casa o lo comer ahí por 7,000 rupias. 70c de dólar. Cuando hablas indonesio es más barato. Cuando te reconocen en el lugar, es más rico. La playa a 1 km es gris y violenta, el mar baila con la gente diminuto color chocolate a sus orillas. Yo la extraño cuando estoy apenas partiendo después de horas tumbada a sus orillas.

Las carreteras aun me espantan… sus curvas pronunciadas de montaña me recuerdan la caída y el cuerpo se me tensa tanto que recuerdo rocas. 120kmen dos nuevos días.  Cuando vas por la montaña las curvas son pronunciadas y como por asalto, la carretera se mina de agujeros y grava que hace bailar a la moto en todas direcciones. Pienso en el miedo que es blanco como la nieve que no hay. En el silencio de la caída y en los segundos que a diferencia de todo pronostico, no se piensa en nada. Entonces los veo a ellos. Familias de cuatro bajando a mi lado mientras uno de ellos contesta un mensaje por el celular y la madre sostiene a un bebe medio apretujado en el medio. Mi miedo ríe. Ríe de mí, de mis hábitos y mi extranjería con estas tierras que cada día quiero más. Después de la montaña están los lagos y el volcán que subí hoy a las cuatro de la mañana entre cólicos y mareos. Desde donde vi salir el sol de Bali con sus cielos naranjas y su lago al centro de una tierra minada por lava y piedras que no asemeja en nada a la isla que hace meses hábito. De nuevo abajo, logré deshacerme por fin de mis tenis que hace dos años aprietan los diez dedos de mis pies cada vez que los calzo. Pero lindos ellos. Siempre creí que cederían. El sol salió entre nubes y montañas. Recorrimos sus cráteres, sus cimas y sus resbaladillas de arena volcánica entre dos pendientes de piedra y camino directo al desastre. Mil setecientos diecisiete metros de altura. Después de la montaña están los pueblos salpicados por templos. Las calles te cierran el paso como religiosas, con sus letreros brillantes “hati-hati ada upacara” con cuidado que hay ceremonia; cinco, seis veces al día. Bajo la velocidad y paseo junto a viejillas arrugadas y curtidas como frutos. Niños-señores de blanco y pareo, que cargan canastas con ofrendas y caminan rumbo al templo. La gente en Bali no tiene dinero porque tiene ceremonias. La gente en Bali aún recuerda que le debemos todo a la tierra, al volcán y a los árboles, a quienes agradecen y respetan. Recuerdan que vivimos en comunidad, que no hay tiempo que no pueda esperar. Saben que es mejor un momento de risa en compañía que el salarió entero de una jornada.

Bajo de la montaña y llego a las calles ríos de Denpasar. El tráfico me golpea así como el sudor frío en la espalda. Esquivo coches y camiones, esquivo motos al son de alguna canción que ya me tiene cansada de mi celular. Encuentro poco a poco el rumbo a casa. A veces olvido que manejo una moto hasta que volteo a ver mi cuerpo tan desprotegido sentado en ese pequeño asiento-chiste. Cuerpo mitad piel mitad metal colorido que nada entre bandadas de peces ruidosos entre ríos de arena y asfalto. Nos comunicamos a gritos, con bocinazos que asemejan alaridos de terror. Cada quien en su propia prisa. Cada uno en un Bali distinto que no es el mío. Mi Bali nada conmigo, sobre mi moto, entre los pliegues de mi barriga. Acelero para pasar la ciudad y sus lluvias de polvo que me bañan la cara. Cara hollín que descubro siempre asquerosamente negra al volver a casa. Como un suspiro, encuentro de nuevo el verde. Los campos de arroz que no han sido cortados. Mi ropa colgada afuera de la lavandería de Ketut en la esquina. Llego a casa. Esta casa sauna que me llora por las tardes de alegría.

Me gustaría poder contarles el olor del mar y el sabor del arroz frito que como a diario. Contarles, explicarles, como cada día me siento un centímetro menos extranjera. Menos Bule. Contarles lo empinado de las calles y el calor de mi cuerpo. Hablarles de ellos. De está gente que hacen de una isla cualquiera, uno de los lugares más bellos sobre la tierra. Adopto palabras e invento unas cuantas otras. Quizá si pudiera contárselos en indonesio. Quizá así, leyéndome como sueno cuando río con las señoras del mercado que quieren casarme con sus nietos; puedan entonces saborear el Gado-Gado que prepara Ayu y sentir la sal aglutinándose en los vellos de sus brazos. Quizá si escuchan de ellos el Gayatri mantra, que  yo ya cantaba en México como sabiendo que llegando a aquí lo reconocería en todos lados y me recordaría casa, quizá entonces entiendan las flores y las pequeñas ofrendas hechas con palma, llenas de comida y detalles que inundan las calles y los mercados. Las montañas y las carreteras. Quizá si les digo a gritos “aku bahagia, berbahagia disini” entonces entiendan. Quizá lo entiendan todo, porque aquí se invento una palabra para decir que uno es más que feliz. Que eres feliz de corazón. Feliz del alma.

Aku berbahagia disini. Senang untuk hati aku.
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JULIÁN

      Tirado en el sillón de está casa, en la cual parece que flotamos en lugar de dormir y nadamos a cambio de no caminar. Tirada junto a ti, Julián. En nuestro sillón morado en el cual nos aglutinamos pegajosos por el sudor a pesar de tener cuatro habitaciones más en las cuales posar nuestros cuerpos. Pienso en el futuro que aún no es nuestro y me veo desde aquí. Allá. Me encuentro sentada, aburrida pensando en el sillón morado en el que me tiraba contigo a pasar las tardes húmedas en Brawa. Estas tardes sauna que ahora son tan nuestras como la piel que se confunde y el agua que nos recorre cayendo lentamente sobre el suelo y sobre nuestros propios cuerpos. Estoy mayor y aburrida a la sobra de algún árbol. Probablemente sola. Sentado en alguna cocina mugrienta en donde el cochambre me recuerda la sensación de mi cuerpo ahora. Contigo. Y desde ese futuro que no es, pienso en este presente que me recorre todo el cuerpo, solo para comenzar a irse. Recuerdo nuestros cuerpos jóvenes tostados por el exceso de sol. Recuerdo la casa, cada esquina. El patio salpicado por flores de ofrenda y el incesante murmullo de los ventiladores, que como abejorros gigantes inundan la casa secando por momentos partes distintas de nosotros. Recuerdo perfectamente el blanco y el morado. Tu risa y nuestra complicidad. Toco mi piel y de nuevo es tersa, con granos de arena escondidos entre los pliegues. Volteo y me sonríes diciéndome alguna frase en ese indonesio que siempre amamos tanto pero nunca aprendimos bien. Cierro los ojos con furia. Puedo desde mi futuro lineal saborear mi presente. Mi presente fugaz. Mi presente instante de pieles y agua. Aprovecho la risa del recuerdo para transportarme en el tiempo. Y me veo de nuevo. Escribo estas líneas que leeré cuando vuelva adelante. E intentare nadar en línea otra vez hacia esta casa y hacia ti, y no podré más que desde mi cocina herrumbrada. Ahora soy ambos, ahora conozco los dos y el viaje en el tiempo se ha vuelto una realidad. Vivo un presente que añorare seguro. Pero lo vivo sabiendo desde donde lo recordare y lo vivo doble. Doble porque lo viví y porque lo revivo a cada instante. Cada beso de sal. Cada gota que empapa mi ropa con pequeñas manchas de humedad. Huelo a dulce, puesto al sol. Olfateo mis ante codos y mis brazos. Pegando mi nariz a los rincones que alcanzo de mi cuerpo. Huelo esta casa abejorro. Este hogar arrocero.

      Y tú, ya te me mueres. Te me mueres, Julián. Te me mueres como moriré yo muy pronto. Te mueres y dejo de ti todo en el olvido. Porque la muerte es como un animal voraz cubierto de espanto. Un animal hambriento que te devora hasta las cejas que nunca te sirvieron de nada. Mas que para mi risa. Hasta tu pierna mala y tus ojos encataratados que no te dejan ni verme llorar tu muerte. Te me mueres Julián, aquí al ladito. Como si en lugar de morir estuviésemos tomando. Cómo si jugásemos a las cartas y hoy lo hubiéramos ya dicho todo. Callados. Yo lloro y me prendo de tu camisa rasgada que huele a la podredumbre de la única muerte que conozco. La mía, que ahí viene despacio por el camino de piedras. Porque la maldita se te adelanta. Porque la veo hace días rondar fuera de tu casa cuando en las mañanas te llevo los cigarros y los cuentos. Sé que prometí cuidarte a tu perico, pero te prometo que morirá de hambre. Porque me voy detrás de ti. Te busco en donde hace años perdí las palabras. Buscándote entre todos los campos que nunca pisamos y en cada cantina en la que buscamos pleito al estar aburridos. O mujeres, o ambas. Te me mueres como se murió el perro de la vecina. Solo, conmigo. Callado. Como por elección propia. Se fue quedando tieso después de una buena llorada. Pero tú no lloras. Julián. Y yo aquí, que te veo que vienes y vas como indeciso. Quisiera poder sobarte el dolor de tus huesos la noche entera. Quisiera poder quitarte el miedo que no tienes. Ese miedo que te cristaliza los ojos cuando doy la vuelta a la esquina. Abrazarte entre tu olor a partido y medicina. Qué amargo es el olor de la medicina Julián. Desde que nos sentamos en las tardes junto a tus frascos y agujas no puedo dormir en las noches sintiendo que la muerte me ronda. Hueles como las flores que reconocí por primera vez en el entierro de mi abuela. Las flores que para siempre han sido todas. Me jodieron el romanticismo de cortarlas, de recibirlas y sobretodo de agacharme ridículamente a olerlas. Te me mueres de a poco, como el pequeño pájaro que tan solo ayer se estrello contra el cristal. Me senté a verlo en la acera creo que casi tres horas. Se movía quedito, primero entre ansiedades y sueños futuros. Pero pronto adopto tu calma amigo, y casi podría haber dicho que el parecido fue esplendido. Te volviste pájaro y el pájaro entendió tu dolor y la ausencia de tu miedo. Por un instante tú volabas cielo arriba, y aquel pequeño animalito decidió hacer un alto en las convulsiones para descansar sereno en el asfalto. Vi como se quedaba dormido, mientras tu. Tan tranquilo y risueño surcabas los cielos de Berawa sobre mi cabeza cana y despeinada. Anda, tomémonos esta última botella que al final el dolor es el mismo. Lo compartimos, lo prometo. Cuando te llegue el espanto, me voy. Me largo y te dejo con tu lora esa que parece perico. Julián. Vamos anda, tomate otro trago. Yo te tomo de tu mano pegajosa por la humedad de la tarde. Tu mano huesuda y sucia. Escarchada por migajas de esas golosinas que paseas entre los espacios que abandonaron tus dientes, el día entero.  Tu mano; un saco lleno de huesos de pollo. Como el saco en el que pronto descansaran los tuyos, frágiles y flacos. Y yo viendo morir a tu perico. Y él viéndome morir a mí. Cada cual desde su jaula. Me miras risueño desde los campos de azaleas que alguna vez tuvo mi madre. A quien Julián, debo confesarte. Ya no recuerdo. Te lo digo llorando. Ya no la recuerdo. ¿Qué no nos ha robado el tiempo, si se llevo la cara de mi madre? Recuerdo sus anchas cadenas y la falda gris que andoneaba en el viento que traía la sal del mar de otrora. Su voz amarga y su risa amarillenta por el tabaco. Y cuando ríes, de pronto pienso en ella. Entonces me lleno de ternura y tú dejas de entender lo que nunca entendiste. Te sirvo otra copa, te tomo la mano y te miro los ojos turbios. Tus ojos que ahora pueblan mares y ríos. Que hace meses confían en que soy el mismo solo por el sonido de mi voz, la necedad de mis historias y mis lágrimas que surgen lentas y constantes como las viejas que salen de la iglesia a todas horas. Es el recuerdo que llora Julián. Son las historias olvidadas y todo aquello que a pesar de que perdí, siento que me han robado. Es tu pierna mala que te obliga a arrastrarte hasta mi zaguán, y mi hígado podrido que me retuerce en las noches solas. Las malditas oscuras que llegan siempre de golpe y tardan en irse tanto como tu.

      Espera, que aún no he terminado de llorar. Cuando descubrí el mar por primera vez a mis ocho años, mucho antes de conocerte, corrí frenéticamente hacía el y me hundí en su agua alegre. No recuerdo bien si fueron días o meses, pero viví en el mar y llene de su agua todas mis entrañas. Probé su agua y decidí que quería beberla hasta ser un hombre de sal. Un hombre pez. Después de meses obstinado en crecerme escamas cuatro brazos anchos y peludos me arrastraron fuera de sus orillas y mi madre lloraba en un banco. Yo no entendí bien que pasaba, pero nunca más me llevaron a sus orillas. Cuando pienso en el mar y me desnudo de prisa frente al espejo buscándome las branquias que ya no encuentro. Me viene una angustia y un deseo enorme de cubrirme todo de agua de sal, y lleno cubetas y cubetas en la cocina. Meto mis pies y mis manos y a veces mi cabeza completa. Despierto tendido en el piso sucio y húmedo de mi casa, y voy a buscarte. Julián vamos al mar. Te llevo conmigo y entonces nos volvemos peces. Te prometo que solo es cuestión de sumergirse el tiempo necesario. Después todo surge y toma forma por si mismo. Las branquias se desarrollan y la piel se cubre de pequeñas escamas arcoíris que nos cubren poco a poco. Así, dejas de volar sobre mi cabello cenizo para hundirte conmigo y jugar a que bailamos entre erizos de mar y anguilas  pardas. Con la panza siempre llena. Ya no hay hambre ni miedo. En el mar los recuerdos se agüitan y entonces se puede nadar, como nado yo en las cataratas de tus ojos. Espera Julián, No te eleves así tanto por encima que no vas a poder escucharme. Vamos a nadar mejor al mar. No me dejes aquí solo con tu perico que no soporto. Espera Julián, no te mueras. Dame un minuto que hago la maleta y nos vamos. Ya puedo oler la sal que se mezcla con las margas medicinas. Espera, que me quite los zapatos. Anda, Julián, abre los ojos, que de menos nadamos entre tus ríos y mis lágrimas un par de días.



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Extraño explicar esta emoción... este gustorgullosusto

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