
Sintió de nuevo las endorfinas del ejercicio, el hambre, la alegría de decidir completamente sobre cada minuto de su día, la delicia de ser 100% responsable de si misma, de su olor, de su comida, de su casa. Llegó a casa.
Recordaba que quería leche y que en la mañana había encontrado como por destino una cafetera usada en internet. La mujer contesto su anuncio, acepto su rebaja y se había mudado a la cuadra de enfrente…
Supermercado, leche, carne de soya. Carne de soya, hago un alto aquí porque esto no es normal en los supermercados; el encontrarla, la emoción la obligo a renunciar a la fidelidad de la lista, lo cual haría tarde o temprano en el pasillo de los dulces. Avena, y mucho mucho café.
Decidió que podría medir su ingesta de café contemplando en cuanto tiempo se terminaban estas 82 almohadillas.
La cafetera esta preciosa, la contempla como si fuera el mayor invento moderno; el cansancio se ha ido, el hambre también. Ya no hay un ápice de luz y pareciera que ella, se ha vuelto nocturna; de ahora en adelante sentirá que trabaja de noche y le gusta.. a ratos en más romántico.
Más adelante se quejará de lo mismo, pero aún no lo sabe. Hoy le gusta.
Conecta la cafetera. Planea estrenarla… con galletas y avena. Licuado, con la pasta de ayer y la carne de tofu que tiene guardada y se ve tan buena. Nadie lo cree.. nadie lo cree.
El trabajo de hoy no ha empezado realmente. Tiene listas y listas que después de comer sacará, revisará, transcribirá y probablemente irá acortando poco a poco hasta que sea hora de lavar o de tomar un descanso largo, de unas 6 o 7 horas.
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