sábado, 10 de noviembre de 2012

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JULIÁN

      Tirado en el sillón de está casa, en la cual parece que flotamos en lugar de dormir y nadamos a cambio de no caminar. Tirada junto a ti, Julián. En nuestro sillón morado en el cual nos aglutinamos pegajosos por el sudor a pesar de tener cuatro habitaciones más en las cuales posar nuestros cuerpos. Pienso en el futuro que aún no es nuestro y me veo desde aquí. Allá. Me encuentro sentada, aburrida pensando en el sillón morado en el que me tiraba contigo a pasar las tardes húmedas en Brawa. Estas tardes sauna que ahora son tan nuestras como la piel que se confunde y el agua que nos recorre cayendo lentamente sobre el suelo y sobre nuestros propios cuerpos. Estoy mayor y aburrida a la sobra de algún árbol. Probablemente sola. Sentado en alguna cocina mugrienta en donde el cochambre me recuerda la sensación de mi cuerpo ahora. Contigo. Y desde ese futuro que no es, pienso en este presente que me recorre todo el cuerpo, solo para comenzar a irse. Recuerdo nuestros cuerpos jóvenes tostados por el exceso de sol. Recuerdo la casa, cada esquina. El patio salpicado por flores de ofrenda y el incesante murmullo de los ventiladores, que como abejorros gigantes inundan la casa secando por momentos partes distintas de nosotros. Recuerdo perfectamente el blanco y el morado. Tu risa y nuestra complicidad. Toco mi piel y de nuevo es tersa, con granos de arena escondidos entre los pliegues. Volteo y me sonríes diciéndome alguna frase en ese indonesio que siempre amamos tanto pero nunca aprendimos bien. Cierro los ojos con furia. Puedo desde mi futuro lineal saborear mi presente. Mi presente fugaz. Mi presente instante de pieles y agua. Aprovecho la risa del recuerdo para transportarme en el tiempo. Y me veo de nuevo. Escribo estas líneas que leeré cuando vuelva adelante. E intentare nadar en línea otra vez hacia esta casa y hacia ti, y no podré más que desde mi cocina herrumbrada. Ahora soy ambos, ahora conozco los dos y el viaje en el tiempo se ha vuelto una realidad. Vivo un presente que añorare seguro. Pero lo vivo sabiendo desde donde lo recordare y lo vivo doble. Doble porque lo viví y porque lo revivo a cada instante. Cada beso de sal. Cada gota que empapa mi ropa con pequeñas manchas de humedad. Huelo a dulce, puesto al sol. Olfateo mis ante codos y mis brazos. Pegando mi nariz a los rincones que alcanzo de mi cuerpo. Huelo esta casa abejorro. Este hogar arrocero.

      Y tú, ya te me mueres. Te me mueres, Julián. Te me mueres como moriré yo muy pronto. Te mueres y dejo de ti todo en el olvido. Porque la muerte es como un animal voraz cubierto de espanto. Un animal hambriento que te devora hasta las cejas que nunca te sirvieron de nada. Mas que para mi risa. Hasta tu pierna mala y tus ojos encataratados que no te dejan ni verme llorar tu muerte. Te me mueres Julián, aquí al ladito. Como si en lugar de morir estuviésemos tomando. Cómo si jugásemos a las cartas y hoy lo hubiéramos ya dicho todo. Callados. Yo lloro y me prendo de tu camisa rasgada que huele a la podredumbre de la única muerte que conozco. La mía, que ahí viene despacio por el camino de piedras. Porque la maldita se te adelanta. Porque la veo hace días rondar fuera de tu casa cuando en las mañanas te llevo los cigarros y los cuentos. Sé que prometí cuidarte a tu perico, pero te prometo que morirá de hambre. Porque me voy detrás de ti. Te busco en donde hace años perdí las palabras. Buscándote entre todos los campos que nunca pisamos y en cada cantina en la que buscamos pleito al estar aburridos. O mujeres, o ambas. Te me mueres como se murió el perro de la vecina. Solo, conmigo. Callado. Como por elección propia. Se fue quedando tieso después de una buena llorada. Pero tú no lloras. Julián. Y yo aquí, que te veo que vienes y vas como indeciso. Quisiera poder sobarte el dolor de tus huesos la noche entera. Quisiera poder quitarte el miedo que no tienes. Ese miedo que te cristaliza los ojos cuando doy la vuelta a la esquina. Abrazarte entre tu olor a partido y medicina. Qué amargo es el olor de la medicina Julián. Desde que nos sentamos en las tardes junto a tus frascos y agujas no puedo dormir en las noches sintiendo que la muerte me ronda. Hueles como las flores que reconocí por primera vez en el entierro de mi abuela. Las flores que para siempre han sido todas. Me jodieron el romanticismo de cortarlas, de recibirlas y sobretodo de agacharme ridículamente a olerlas. Te me mueres de a poco, como el pequeño pájaro que tan solo ayer se estrello contra el cristal. Me senté a verlo en la acera creo que casi tres horas. Se movía quedito, primero entre ansiedades y sueños futuros. Pero pronto adopto tu calma amigo, y casi podría haber dicho que el parecido fue esplendido. Te volviste pájaro y el pájaro entendió tu dolor y la ausencia de tu miedo. Por un instante tú volabas cielo arriba, y aquel pequeño animalito decidió hacer un alto en las convulsiones para descansar sereno en el asfalto. Vi como se quedaba dormido, mientras tu. Tan tranquilo y risueño surcabas los cielos de Berawa sobre mi cabeza cana y despeinada. Anda, tomémonos esta última botella que al final el dolor es el mismo. Lo compartimos, lo prometo. Cuando te llegue el espanto, me voy. Me largo y te dejo con tu lora esa que parece perico. Julián. Vamos anda, tomate otro trago. Yo te tomo de tu mano pegajosa por la humedad de la tarde. Tu mano huesuda y sucia. Escarchada por migajas de esas golosinas que paseas entre los espacios que abandonaron tus dientes, el día entero.  Tu mano; un saco lleno de huesos de pollo. Como el saco en el que pronto descansaran los tuyos, frágiles y flacos. Y yo viendo morir a tu perico. Y él viéndome morir a mí. Cada cual desde su jaula. Me miras risueño desde los campos de azaleas que alguna vez tuvo mi madre. A quien Julián, debo confesarte. Ya no recuerdo. Te lo digo llorando. Ya no la recuerdo. ¿Qué no nos ha robado el tiempo, si se llevo la cara de mi madre? Recuerdo sus anchas cadenas y la falda gris que andoneaba en el viento que traía la sal del mar de otrora. Su voz amarga y su risa amarillenta por el tabaco. Y cuando ríes, de pronto pienso en ella. Entonces me lleno de ternura y tú dejas de entender lo que nunca entendiste. Te sirvo otra copa, te tomo la mano y te miro los ojos turbios. Tus ojos que ahora pueblan mares y ríos. Que hace meses confían en que soy el mismo solo por el sonido de mi voz, la necedad de mis historias y mis lágrimas que surgen lentas y constantes como las viejas que salen de la iglesia a todas horas. Es el recuerdo que llora Julián. Son las historias olvidadas y todo aquello que a pesar de que perdí, siento que me han robado. Es tu pierna mala que te obliga a arrastrarte hasta mi zaguán, y mi hígado podrido que me retuerce en las noches solas. Las malditas oscuras que llegan siempre de golpe y tardan en irse tanto como tu.

      Espera, que aún no he terminado de llorar. Cuando descubrí el mar por primera vez a mis ocho años, mucho antes de conocerte, corrí frenéticamente hacía el y me hundí en su agua alegre. No recuerdo bien si fueron días o meses, pero viví en el mar y llene de su agua todas mis entrañas. Probé su agua y decidí que quería beberla hasta ser un hombre de sal. Un hombre pez. Después de meses obstinado en crecerme escamas cuatro brazos anchos y peludos me arrastraron fuera de sus orillas y mi madre lloraba en un banco. Yo no entendí bien que pasaba, pero nunca más me llevaron a sus orillas. Cuando pienso en el mar y me desnudo de prisa frente al espejo buscándome las branquias que ya no encuentro. Me viene una angustia y un deseo enorme de cubrirme todo de agua de sal, y lleno cubetas y cubetas en la cocina. Meto mis pies y mis manos y a veces mi cabeza completa. Despierto tendido en el piso sucio y húmedo de mi casa, y voy a buscarte. Julián vamos al mar. Te llevo conmigo y entonces nos volvemos peces. Te prometo que solo es cuestión de sumergirse el tiempo necesario. Después todo surge y toma forma por si mismo. Las branquias se desarrollan y la piel se cubre de pequeñas escamas arcoíris que nos cubren poco a poco. Así, dejas de volar sobre mi cabello cenizo para hundirte conmigo y jugar a que bailamos entre erizos de mar y anguilas  pardas. Con la panza siempre llena. Ya no hay hambre ni miedo. En el mar los recuerdos se agüitan y entonces se puede nadar, como nado yo en las cataratas de tus ojos. Espera Julián, No te eleves así tanto por encima que no vas a poder escucharme. Vamos a nadar mejor al mar. No me dejes aquí solo con tu perico que no soporto. Espera Julián, no te mueras. Dame un minuto que hago la maleta y nos vamos. Ya puedo oler la sal que se mezcla con las margas medicinas. Espera, que me quite los zapatos. Anda, Julián, abre los ojos, que de menos nadamos entre tus ríos y mis lágrimas un par de días.



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Extraño explicar esta emoción... este gustorgullosusto

http://colectivomachincuepa.blogspot.com/2012/11/ganadores-del-primer-concurso-al-fin.html?spref=fb

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