sábado, 20 de octubre de 2012

Pies de mar.

Mawun, Kuta, Lombok, Indonesia. 10:07pm 15 octubre 2012

Me pregunto en cuantos sitios no he escrito. Desde cuantos rincones atiborrados de polvo. Barrancas de espanto. De cuantos sitios extraños, calurosos como el miedo. Fríos, paralizantes, no he escrito. Cuantas sillas. Madera, metal, bancas, tierra, silla-banco, silla-comida rápida, silla avión, silla aeropuerto, silla casa, silla nueva-casa, silla mía, de él, de ella. Pensado en ustedes. En ellos. En mi anhelo de compartir este sentir. Esta alegría que me nace en los huesos y se esparce lentamente por mi cuerpo como la leche que chorrea por la olla vieja de latón en las mañanas, cuando sueño con café. A veces por borbotones, cómo yo. Cuando siento el viento golpear mi cara. Cuando un ataque de adrenalina me encuentra a salvo después de un gran miedo. Cuando me topo de frente con el mar después de horas incesantes sobre montañas y entre pueblos extraídos de cuentos que aún no escrito y nadie ha leído. Paso pequeños diminutos puestos que venden todo tipo de productos indeseables, niños desnudos convencidos de su invisibilidad a la orilla del río, ancianos lentos como el tiempo que en este país se hizo de hule. Encuentro el mar a media duda. Entre una pregunta y otra. Entonces, lo interrumpe todo. El mar y sus baños de olvido. Entro en el agua como quien de pronto entendió un acertijo que lo tenía en el insomnio hace más de 18 años. Entonces el agua, agua verde-azul cobalto me cubre el cuerpo besándome como no lo ha hecho nadie, y las dudas, que nunca estuvieron y los miedos que no siento se escapan a bandadas entre las olas jugando con pequeños peces de colores que muerden mis piernas color canela.

El miedo de volver a la ciudad lo persigo, lo espanto, acelerando la moto en calles polvorientas que nublan mis lentes baratos y me dan un aire altivo de turista extraviada. El polvo que entra danzando por mi  nariz y garganta sustituye las ansias de un cigarro, me deja con un olor a calle que reconozco en los hombres que me llevan en sus motos, cuando me encuentro perdida o agotada caminando por algún sitio que no se parece en nada a mi vida. Un olor a motocicleta y a tráfico que solo ahuyenta al mar. Yo. Siempre vuelvo al mar. ¿O será que el vuelve a mi? Como se regresa siempre a la misma orilla.  Como si supiera que lo necesito para limpiar mi mente y satisfacer mi tiempo de hule que expando hasta el infinito con la delicia que representa estar viva. Que es ser.

Me descubro, tres minutos al día. Justo entre el dormir y tú. Extrañando la nieve. Se me futura, bajo su incesante recuerdo de vida. Cuando el frío, así como el calor o el dolor agudo de tus finos huesos de aguja que no son míos, me calan debajo de la piel, comenzando despacio y con una mentirosa promesa de nunca terminar. Entonces, despierto. Abro los ojos y pruebo a recordar cada cuadro de lo que sucede, cada fragmento de sentir y de ser que no logro expresar ni capturar en nada más que alguna triste fotografía. Un esbozo de carta. El frío-calor se convierte en la alegría que llevo guardada entre la medula y alguna otra parte sin nombre de los huesos. Por momentos se esconde. Juego a que sufro. Entonces; La carcajada. Como ellos, mis amigos de indonesia quienes ríen porque entendieron que lo  tienen todo. Siento la arena bajo mis pies y entre los pliegues de mi ropa. Entre los pliegues de mi vientre, de mis brazos y la delgada piel que une los confines de mis dedos. Se me amarra al cuerpo, abrazada, decidida a pasear conmigo todo el día y regresar a algún otro espacio-hueco-piel al día siguiente. Esta arena artista, que me pinta de pequeñas motas la piel que a ratos no reconozco como mía. Tostada y polvorienta. Húmeda, siempre goteando. A veces goteándote, goteándome. Se desliza de mi y desde mi, todo aquello que con el tiempo me ha llegado a sobrar.

 Se terminan las palabras prestadas en la hora justa. También con ellas regreso la electricidad prestada del pueblo y el internet que nunca tuve. Mañana, quizá. Besok. Pruebo a invocarlos. Entre las olas que revientan en Brawa y que ahora escucho desde mi cama, les susurro palabras que no entiendo.

 

 

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