miércoles, 9 de mayo de 2012

Creo que mi mejor amiga Lituana no habla ingles. Ella sirve café en la universidad; yo tomo el doble de café que hace unos meses. El 15 de febrero le pedí una galleta extra, de esas pequeñas, diminutas aspirantes a galletas, que regala cuando compras un capuchino. Le sonreí, me sonrío y supongo que le pareció audaz. Hace 2 meses, cada vez que me ve, sonríe, y en consecuencia me río. Se aligera el día y me alegra que conservemos un pequeño secreto del cual nadie sospecha. Somos seres rutinarios. Ahora cuando nos vemos sonreímos; sabe que pediré cafe; me dará más galletas que a todos los demas y nos miraremos complicemente. Hace unos días todo cambió, algo le había pasado. Lo se porque no hubieron sonrisas; no encontré en mi plato ese vínculo complice y azucarado, de amistad tácita que nos une. Me extrañé, me pregunté si había hecho algo mal y salí triste de la cafetería. Todo ha vuelto a la normalidad, me pregunto que noticia le habrán dado. Hoy mi tristeza fue apaciguada con una sonrisa complice y rubia lanzada desde el otro extremo de la cafetería. Una dotación triple de aspirante a galletita. Me preguntó si nos despediremos. El próximo mes, cuando esté cerrando caja, haciendo sumas, restas y el esperado recuento de galletitas diminutas, le faltarán varias. No sonreirá; habrá olvidado el motivo.

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