Al final son las palabras,
lo único,
todo.
Revienta sobre mi está luz, y solo alumbra tu ausencia.
Vértigo
"No conozco nada más bello que ir hacia lo desconocido"
miércoles, 24 de abril de 2013
sábado, 20 de abril de 2013
Funambulista
http://www.flickr.com/photos/fotomaniako/5525884443/
Puedo desde aquí ver los
pequeños, diminutos coches que se apelotonan en cualquier calle esperando a que
pase la lluvia. Puedo, con el temblor
del miedo y de la expectativa, mecerme sobre esta cuerda hecha toda de mi pelo. No se bien en que momento trepé por lo largo
y alto de mi trenza. Subí sonámbula, tejiéndome una ideología, un modo de vida.
Tan sola y tan alto, logro verlos a ustedes, a ti, desde estos abismos
invertidos.
Reconozco que he decidido
columpiarme al borde de una caída fatal que bien podría destruir todas mis
ganas. Alcanzo a ver, algunas veces con terror y otras con un reconocimiento
turbio y una suave risa que oculto de todo quien me observa, que agito la
cuerda a voluntad; la enredo, y le desgasto partes para colmarme de emociones
diversas, y entre la desolación absoluta del fin, disfruto. Saboreo reconstruir
e inventarme formas que me permiten seguir balanceándome.
Les diría que subieran
conmigo. Podría pedirte a ti, con la mano extendida y los ojos llenos de tus
labios, que saltes. Que cambies de la política, a mi cuerda. Que trepes a
través de tu habilidad funambilista, funambulesca, a mi vértigo absoluto.
Este vacío con gusto
agridulce.
Porque el terreno sólido se
ha convertido todo en tedio, y me quedo dormida entre parques y lecciones. Las
alturas se han cubierto de insomnio, de palabras y asaltos intempestivos en el
pecho. Tengo los sentidos alerta para no caer, y puedo aún acomodarme entre tus
piernas; buscar las posiciones exactas y el ritmo justo para recorrer el mundo
desde mi circo.
Donde esta carpa a cogido
fuego y el silencio se ha vuelto tambor.
miércoles, 27 de febrero de 2013
Ver a través del humo
Medicina Rossa, por Alberto Seveso
De pronto estás sentado frente
a un escritorio. Puede ser en tu casa, en tu oficina. La gran pantalla te
devuelve tu reflejo atónito. Gris. Entre cuatro paredes y una luz, más que cálida,
azulada y triste. Hay una puerta, quizá cajones y estantes, pero nada de eso es
determinante. Un sueldo...probablemente bueno. Afuera hay cosas que desde
dentro se arremolinan y mezclan en un bullicio que asemeja una fiesta de pueblo
a la distancia. Tu coche recién lavado en el sótano. Tienes familia, casa y
pudiera ser, que hasta alguien ligera y controladamente amado te espera para
cenar. Quizá hasta contemplaste o llegaste al extremo de tener hijos. Entonces,
como lo que se debe sentir caer de cuerpo entero en un frasco de gel, te das
cuenta que lo tienes todo…llegaste, lo has conseguido. Tienes los medios, el
trabajo, el transporte y los cinco días de vacaciones al año. El brillante
reloj que ahora te obliga a subir la ventanilla del coche cada vez que te toca
el rojo en un alto. Tienes la ropa y también el miedo de desnudarte a plena
luz. Tienes, tan tuya, esa duda, flotando sobre tu cabeza. Esa nube que te
muestra y entremezcla tu todo en un remolino viscoso y pesado que derepente
toma tintes turbios. Lo tienes todo. Has alcanzado la aspiración máxima, la
rutina premeditada. Perfecta. Los zapatos de ante en combinación inmaculada con
los sillones de la sala. La sala en la cual hace tres meses no te sientas. Los
libros cubiertos por sus fundas de plástico. La ansiedad de la ascensión
laboral. La ansiedad de una creación sin creencias. El parque que cambia de
estación como un cine continuado. Y ahí sigue, también la nube de humo. El
incesante humo del tabaco, de la droga, de los autos, de los edificios de
fábricas que se erigen en tu mente deslizándose lentamente por todo el cuerpo.
Humo. Humo. Humo. Quizá sea eso lo que oculta la luz del sol colándose por las
rendijas de tus ojos.
Uno lucha contra el
humo. Se libra de la oscuridad poco a poco. Comienza un nuevo año y al mes es
ya pasado. Toma decisiones que pareciera ser, nos hacen cada vez más libres,
más “felices”, por no decir sonrientes. Uno deja de ir al "pare de
sufrir" porque cree que paulatinamente, entre risa y canto, ha parado.
Poco a poco. Uno deja de sentirse gris. Y entonces los días transcurren entre
reafirmaciones y descubrimientos. Entre nuevas voces y miradas
depredadoras-presa. Correteamos y nos corretean con un ansia de ser atrapados a
medio vuelo y devorados de golpe; con avidez.
Pero de pronto. Sucede
que se cae de bruces, como en un bache. De cara contra el suelo, tragando
polvo. Como en cualquier hondonada. En una no prevista depresión del terreno. Una
depresión del tiempo. Del ser. Y bastan entonces, tan solo diez minutos de
despiste. Diez minutos de auto-lástima, para voltear los ojos al cielo y convertir
esa risa solitaria en una ansiedad incomprendida. Ansiedad sin nombre que te
toma de los hombros y los agita furiosamente durante la noche. Ansiedad
depredadora de paz. De la calma, nuestra calma, ya por instantes tan mía. Nos
acosa en pequeñas ideas, en desfiguradas muecas que no reconocemos frente al
espejo.
Uno se siente de pronto
libre y se da permiso de tirarse al sol en calzones, predicando que su vida es
perfecta. En calzones, al sol en el pequeño jardín leyendo cinco o hasta seis
libros inconclusos. Sin prisas. Pero de pronto también sin tener oficina ni
cuatro paredes blancas. Uno se pone serio. El sol no nos hace cosquillas y nos
preguntamos hasta cuando pesará tanto el estómago. El cuerpo cae desde la
cabeza hasta los pies compactando los órganos y las articulaciones en un ser
diminuto y pesado. Se podría decir que poco ha cambiado, y sin embargo la voz
se ha vuelto oscura y los ojos no bailan. Mis ojos. Nos distraemos y en diez
minutos tiempo, guardamos la risa en cajones que no podemos localizar, en
escondites perdidos. La capacidad se torno miedo. El trabajo peso completo. Nos
distraemos (me distraje) y la ausencia de mar (me) acomete como una enfermedad
funesta. Podemos sentir ya el humo, el mismo humo de todos, que pugna por salir
por cada uno de nuestros orificios.
Pero hay algo...
descansa algo muy atrás de nuestras cabezas, que sabe, confía en que pasará.
Porque no se puede existir plenamente en duda continua. Nos hemos inventado
artificios y recurrido al presente. Pasará, como ha pasado siempre. Cada vez
más espaciado, cada vez con una menor consciencia de falta. De vacío. En el
aburrimiento descansan todas las preguntas. Es en el tiempo que vive el ansia,
y sabemos que volveremos a llenar las horas impidiendo que está regrese a anidar
en nosotros por temporadas largas. Este tiempo de interrogantes que llenamos
con esferas de cristal, cuadros de renombre y ropa usada. Con la certeza del
fin, una esperanza que nos mantiene con un pie en el sol mientras se cubre el
cuerpo entero con mantas. La esperanza...como pobladora de todo este humo. Clarividente
ciega. Por eso ella, la esperanza, también restaba junto con los demás males
dentro de la caja de Pandora. No hay engaño.
¿Hemos caído en verdad, o
jugamos tan solo a rehabilitarnos furiosamente?
Ver a través de los ojos
del cuerpo. Con avidez. Ver desde el aburrimiento. A través del humo.
viernes, 22 de febrero de 2013
Pudor
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Egon Schiele - Mujer con pañuelo amarillo
-Hay pudor en
quien se desnuda de golpe y no puede nombrar su oscuridad.
Quiero hablarte
del pudor que me cubre cuando me desnudo de pronto, a destajo y sin miedo
aparente, frente a ti. Estoy desnuda como me he visto ya cientos de veces ante
el espejo. Unas con más aprobación que otras. Algunas veces sonrío y me acomodo
buscando las curvas de mi cuerpo. Otras veces, tomo entre mis dedos los
pliegues de mi carne y con disgusto desvío la mirada.
Estoy ya, desnuda frente a ti como lo imagino cada
noche. También las noches en que te tengo. Especialmente esas. Creyendo que no
te das cuenta, hago un veloz repaso de mi cuerpo. Sus hondonadas y valles. Me
he quitado la ropa sola, en orden y por partes. Estoy desnuda y sonrío. Entiendo
que por instantes, pareciera moverme con confianza de anguila. Pero, tengo que
decirte -tengo miedo. Existe en mi, un recato infundado, más que innato, de ser
observada. Poseo un resguardo personal. Ese tremendo, maldito juicio. Deseo de
pronto escucharte decir –Te veo. Deseo, poder verme a través de tus ojos y
entonces descubrir cuál es el cuerpo que tu recorres por instantes, tan tuyo. Como
tu cuerpo, que sin nunca saberlo de cierto, entiendes ya, por la manera en que
te miro y descubro, que quiero. De punta a punta. Acojo tu cuerpo porque una
pulsión ajena y más fuerte que mi voluntad, encuentra en el, mi risa de la
infancia. El misterio, y una oscura y deliciosa ternura. Es la ternura al final,
el ingrediente último del enlace verdadero. Y es en estos momentos, antes de
cobijarme entre tus piernas, que siento recato. No en mis palabras ni con mi
cuerpo expuesto, desnudo frente a dieciocho mil personas en la explanada del
zócalo. No. Es en estos momentos. Cuando pido a gritos tu mano. Cuando te miro
a través de tu espalda y de tu nuca, que siento pudor.
jueves, 21 de febrero de 2013
Escena en movimiento. O algo así.
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http://tuzeitor.tumblr.com/post/43517621342/girls
Están los dos, sentados sobre la arena de
media noche. Cansados. El por el tedio que arrastra a través de los cuartos de
hotel que nunca limpia por completo. Ella por el dolor que lleva calmando todo
el día. Todo el mes. Arrullándolo como si ya fuese un niño. Ella, Ovillada
entre sus rodillas y los huesos de su columna flaca, apacigua el dolor de su
vientre el cual aprieta por intervalos por debajo del calzón, con sus manos húmedas. El mira el mar
que asemeja cielo continuado, negro, y fuma un cigarro mientras desea que no
pase nada, que nada interrumpa el silencio eterno del cual se han conformado
sus noches. Con culpa que no le corresponde desea perderla, que se le pierda, olvidarla
un día entre sus manos y la arena.
Ella le grita, en silencio por incontable vez, milésima, que quizá está
embarazada. Que está llena de gusanos, o en su defecto, lo mismo. No lo quiero
piensa. No te quiero. No te quiero. Mantra
pronunciado, orado, cantado, sin pausa hace meses. En silencio. Entre contracciones y
espasmos. Ella, lleva una blusa, que en algún momento fue de su padre, azul
oscuro con rombos celestes que ocultan su odio y de cierta forma el deseo de
sus piernas bronceadas. El deseo que hace meses no es de el. Está ovillada,
hecha un puño entre su cuerpo helado. Escucha el rechinido de sus huesos danzar
con el crujir de las ramas secas que enmarcan la playa. Un cangrejo pequeño y
ansioso. Transparente, recorre las hendiduras de sus pies, recordándole la vida
que tiene olvidada. Horcadas. Horcadas la acometen y pueblan mientras oculta la
cabeza entre las piernas. Mientras el ser que la acompaña, cubierto de silencio
y de humo calcula lentamente las habitaciones que quedaron sin limpiar, para
mañana.
jueves, 14 de febrero de 2013
Soñé con la huida. Derrotada
Soñé contigo.
Con la huida. El miedo. Edificio de pisos interminables, marcados por colores
distintivos y números en las columnas y paredes. Escaleras en caracol que asemejan los ascensos y descensos
de estacionamientos de hospitales. Ascensos y descensos. En ese caso yo corría
hacia arriba. O quizá eso quiero creer. Pisos azules amarillos, verdes y
naranjas. Piso 3 y 4 y 5. Huía. Huía de un coche negro. Una camioneta que me
perseguía y un ser todo armado con cuchillos. Huía entre carnavales y fiestas
paganas. Pisos colmados de personas que gritan y corren. Pisos abarrotados de
niños que no me ven. Tropiezo con sus risas y se que no escuchan mis gritos.
Estoy huyendo en off, y mis ruidos y sus ruidos no cohabitan el mismo espacio.
Su fiesta tiñe de farsa mi miedo. Tengo entre mis manos un teléfono, que
asemejando el propio no tiene o crédito, pila o señal. Una incomunicación
constante. Y tú, que no contestas. Te llamo y no contestas. No contestabas. Lo
contestabas a medias, sin entenderme, diciéndome que lo que querías era tocar
mis piernas.
Estamos de
pronto sobre el pasto. El edificio atrás y no hay miedo ni fiesta de carnaval.
Tomas mis piernas entre tus manos y trazas una línea de tinta a lo largo, en la
parte posterior de mis muslos. Puedo sentir la punta de pluma y tus manos.
Sigo llamándote.
Sigo corriendo entre gente que está en una profunda calma y no contestas ya más
el telefono…ya después no contestaste más. Sabias quizá que yo te metería en
apuros. Verdad. Un cura que no es cura pasa frente a mi con prisa e ignora mi
agarre desesperado de su toga negra. Mis ruegos. La suplica ansiosa y
desesperada de quien puede preveer su muerte como una premonición. Avienta mi
puño, ignora mi llanto y camina pensando en gaviotas de playas distantes. Después,
un cuarto en silencio. La ilusión de la calma. Ventanas grandes hacia cielos
azules con nubes celestes. Habitación gris pardo y tres personas que se acercan
lentamente, con alevosía de mi rictus. Ríen mientras me toman de las piernas y
cortan lentamente la parte de atrás de mis talones. Así no podré más correr.
Vencida, derrotada mi huida. La navaja pasa sobre mi piel pintando vetas color
carmín y siento el ardor subir a lo largo de mis piernas. Sobre las muñecas con
las cuales también juegan. Como nunca creí, ruego sentir el frío del metal
traspasar mi pecho. Hay dudas. No es lo que ellos están buscando. Entiendo que
no se trata de complacencias qu emi opinion en este caso vale poco, sino es que
nada. No es en este plano que se me permite estar. Ellos, no buscan un fin
total. Son pequeños cortes, pero puedo ya sentir el dolor del llanto eterno.
Llorar por estos pies derrotados, toda la vida. Siento como el puñal se
astilla, cae a pedazos sin alcanzar a perforar mi tórax. Puedo entonces, de
nuevo, ver a los niños que ríen y corren en la distancia, al otro lado de la
puerta. El camión que nunca llegó a tiempo cuando lo esperada contigo en el
pasto y la soledad de todos. Esta asquerosa soledad en masa.
viernes, 8 de febrero de 2013
Justicia
Fotografía: Marina Abramovich
Abro el cuaderno que
contiene las palabras de la semana, buscando la que nos toca de cierta manera
escribir, hacer hablar, hoy. Ahí está. Una, dos, tres, sí, es la cuarta.
Justicia. Y baja de golpe un velo de incredulidad atrás de mis ojos, nublando,
espesando la parte media de mi cabeza. Ahí donde se esconde la rabia y el
desconcierto. La puedo sentir ya. Entre la duda y la falta de conocimiento.
Escucho mi discusión de ayer como un cine continuado, y el tema eterno que me
enciende cual caldera, hace años. Incontrolable y frustrado. Incontrolablemente
frustrada. Eso sí, entre mis cosas, siempre, entre mis privilegios. Me pregunto
¿Cuándo comenzamos a creer que las cosas nos pertenecían? Rodeada de beneficios,
una taza de café caliente, tiempo personal y una cantidad inagotable de papel
de baño. Entonces me pasa que entre temores de futuro, reclamaciones de tráfico
y ausencia de crédito celular, aparecen en mi cabeza los gritos agudos y
desesperados de las mujeres que lloran en algún campo de refugiados de Darfur,
cubiertas de polvo y sangre, después de ser violadas por cuarta vez en una
misma semana. Pienso también, en la imposibilidad de volver a ser niña, de
tener ocho años. Escucho sus aullidos y puedo, mínimamente sentir su miedo que
no conozco y espero nunca, de ninguna manera, poseer. La justicia como un
termino más que necesario, existente, un termino que es, tan solo para poder
ser negado. Ponerlo en contraposición. De frente, inamovible, in-parpadeante
ante los fusiles dirigidos a su rostro inmaculado, para su ejecución. Es, la
ironía. Un recurso oculto, para poder aludir a el cuando no está. Todo el
tiempo. Creernos, desde nuestras casas limpias, alejadas de ellos, los
hipopótamos en batalla campal, que sabemos lo que significa. Mi asco, por
instantes me sorprende y veo a los niños simulando risas, que juegan con sus gatos.
Inocentes. Juegan; con carros, animales, otros niños y armas de plástico. Niños
soldados de Sierra Leona, que juegan a matar a sus hermanos. Que peor, aún
peor, entienden ya, que se juegan la vida. Me miran a través de la distancia
que no cruzo y puedo entonces decidir cerrar los ojos. Siguen las balas
surcando el aire y gotea la sangre espesa como el hambre. Espesa, como la
ausencia de cada muerto. Justicia como palabra, como decir quizá espanto. Una
legión de desigualdad, de dolor y de miedo.
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